lunes, 5 de enero de 2009

Cimmeria, tierra de Bárbaros.



Sabed, oh príncipe, que en los años que siguieron al hundimiento de Atlantis y de las radiantes ciudades en las profundas aguas del océano, hasta el apogeo de los Hijos de Aryas, hubo una era inconcebible en la que los rutilantes y poderosos reinos se extendían por el mundo como mantos azules bajo las estrellas: Nemedia; Ofir; Brithunio; Hiperbórea; Zamora con sus mujeres de oscuros cabellos y sus torres llenas de hechizo y misterio; Zíngara y sus caballeros; Koth, que lindaba con las tierras pastoriles de Shem; Estigia con sus tumbas protegidas por las sombras, e Hirkania, cuyos jefes vestían seda y oro. Pero el reino más arrogante del mundo era Aquilonia, que imperaba sobre los demás en el adormilado occidente. Aquí llegó Conan el cimmerio, de cabellos negros y mirada hosca, con la espada en la mano-ladrón, vagabundo, asesino implacable, con una melancolía abismal y una exultante alegría- para pisotear los enjoyados tronos de la Tierra con sus toscas sandalias.

Por las venas de Conan corría sangre de los antiguos atlantes tragados por el mar ocho mil años antes. Nació en el seno de un clan que reivindicaba una región del noroeste de Cimmeria. Su abuelo pertenecía a una tribu del sur que había huido de su propio pueblo debido a una contienda racial y, después de mucho peregrinar, se refugió entre los pueblos del norte. Conan nació precisamente en un campo de batalla, durante un combate entre su tribu y una horda de invasores vanires.

No se sabe cuándo el joven cimmerio vio por primera vez la civilización, pero ya tenía fama de guerrero hacia la época de los fuegos del consejo, aunque aún no había visto quince nevadas. Ese año, los cimmerios olvidaron sus querellas y unieron fuerzas para rechazar el ataque de los hombres de Gunderland, que habían irrumpido a través de la frontera de Aquilonia, construyeron el puesto de avanzada de Venarium y comenzaron a colonizar las zonas limítrofes del sur de Cimmeria. Conan pertenecía a la horda rugiente y sedienta de sangre que conquistó las montañas del norte, irrumpió a través de las empalizadas con espadas y antorchas e hizo retroceder a los
aquilonios allende sus fronteras.

Durante el saqueo de Venarium y no habiendo alcanzado aún su pleno desarrollo, Conan ya medía más de un metro ochenta de estatura y pesaba ochenta y dos kilos, tenía el carácter alerta y cauteloso del hombre nacido en el bosque, la férrea dureza del hombre de montaña, el físico hercúleo de su padre, que era herrero, y una inusitada destreza con el cuchillo, el hacha y la espada. Después del saqueo de la avanzada aquilonia, Conan regresa por poco tiempo a su tribu.

Desasosegado por los impulsos contradictorios de la adolescencia, de su tradición y de su época, pasa algunos meses con una banda de aesires en infructuosas incursiones contra los vanires y los hiperbóreos. Al finalizar esta campaña, toman prisionero y encadenan al joven cimmerio, que cuenta entonces con dieciséis años. Sin embargo, no permanece encadenado por mucho tiempo...


«Si bien no llegó tan lejos como para creer que los relatos están inspirados por espíritus o poderes ocultos(aunque me opongo a negar nada categóricamente), en ocasiones me he preguntado si es posible que ciertas fuerzas desconocidas del pasado o del presente -o incluso del futuro- actúen a través del pensamiento y de los actos de hombres vivos. Esto se me ocurrió especialmente mientras escribía las primeras historias de la serie de Conan. Recuerdo que no se me había ocurrido ninguna idea en varios meses y me sentía absolutamente incapaz de escribir algo publicable. Entonces dio la impresión de que de repente ese Conan empezaba a crecer en mi cabeza sin grandes esfuerzos por mi parte, e inmediatamente comenzó a fluir un aluvión de relatos de mi pluma -o mejor dicho, de mi máquina de escribir-casi sin dificultad.

No tenía la sensación de estar creando, sino de estar contando cosas que habían ocurrido. Un episodio sucedía a otro con tal rapidez que apenas podía mantener el ritmo. Durante varias semanas no hice más que escribir las aventuras de Conan. El personaje tomó plena posesión de mi mente y no me permitió hacer otra cosa que escribir su historia. Cuando intenté deliberadamente escribir sobre otros temas, no pude hacerlo. No pretendo dar a esto una explicación esotérica o secreta, sino que me limito a los hechos. Hasta el día de hoy sigo escribiendo los relatos de Conan con más energía y lucidez que los de mis otros personajes."



Robert E. Howard